(029) Hasta siempre, Marruecos.

Todo está listo para mi partida. El ritmo de las semanas anteriores no ha sido un cadencioso dejarse llevar, sino una sucesión de días y noches en los que las ocupaciones absorben como sanguijuelas la integridad de un tiempo cada vez mas enrarecido. Los últimos días en la oficina, reuniones de despedida y encuentros para decir “adiós”.

Una de mis alumnas, Fátima, viaja a Tánger el mismo día que yo, así que ofrece llevarme en su coche. De inmediato acepto pensando en evitar las más de cuatro horas en el tren, el pesado equipaje y las interminables negociaciones con los taxistas. Así, el viernes temprano, subo mis maletas a la cajuela lo mas rápido posible, intentando así escapar de la lluvia lo mas pronto posible. Tomamos la carretera con dirección al norte.

Después de poco más de dos horas, pequeñas construcciones blancas y dispersas empiezan a salpicar el camino anticipando la inminencia de nuestra llegada a Tánger. Aumenta también el numero de gente andando por el borde de la carretera, grupos de mujeres musulmanas cargadas de fardos, niños corriendo con las piernas al aire bajo las cortas chilabas, hombres cubiertos con capuchas y turbantes, animales, mas animales, burros con cántaros de agua, un flaco rebaño de ovejas, de vez en cuando unas cuantas gallinas que corren alborotadas. El suelo esta mojado pero entre unas cuantas nubes el sol se asoma y consigue calentar un poco.

Trámites aeroportuarios. No mejor que otras veces; exceso de peso en el equipaje, vuelo sobre vendido  maleta rota… ni siquiera consigo sentarme en la sala de espera, cuando llego a ella la fila para abordar ya esta avanzando. Subo al avión y ahora si. Marruecos termina.

Atrás se queda el canto del muecín llamando para la oración desde la mezquita. Atrás permanecen también las noches de hachís y el más dulce jugo de naranja.  El país de las mil y una noches, con sus colores y texturas, sus olores y sonidos. Los altos minaretes que cortan el horizonte y las discusiones en un idioma que jamás logré entender. Atrás queda áfrica.

Un país en el que durante casi diez meses tomé once aviones, dieciséis trenes, y un sinfín de taxis y autobuses. En el que perdí nueve kilos y recuperé solo tres. Un país que a veces odié y otras, las más, viví fascinado. Que puso en mi vida personas extraordinarias y muchos rostros que jamás volveré a ver.

 Seguro que cambié, aun no se muy bien como. Me voy un poco menos ignorante y con una perspectiva diferente.  Al final todo concluye como una experiencia más que valió la pena y me deja un excelente sabor de boca. Un capítulo que termina, no sin antes darme los elementos necesarios para comenzar el siguiente.

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